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MI querido amigo : Mucho siento tener que decir á usted que Monte-Cristo, que oye turbio y que, además, suele distraerse, hubo de enganarse, y tal vez enganó á usted, sin la menor malicia, cuando le aseguró que me había parecido muy bien el Himno á la carne. Ni bien ni mal podía parecerme una obra que yo aún no conocía. Acaso al hablarme Monte-Cristo, yo, que también me distraigo, dije algo, como acostumbro, en alabanza del talento poético de usted, que tan claro me parece, y él lo aplicó al Himno de que me hablaba, y que yo no podía alabar por serme entonces desconocido.
Ahora, que ya le conozco, creo de mi deber dar á usted con toda sinceridad y franqueza la opinión que me pide. Muchísimo hay que decir, y he de decirlo, aunque incurra en la nota de pesado. No obstante la pesadez y el desalino con que irá escrita mi carta, yo consiento en que usted haga de ella lo que guste : ó guardarla para sí, ó rasgarla, ó dejar que el público la lea. Desde luego el título de Himno me desagrada.
Un himno es un himno, y catorce sonetos son catorce sonetos. Además, el ir dirigidos á la carne presupone cierta trascendencia teológica ó filosófica que los sonetos apenas tienen.