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Esta novela dinámica, con capítulos cortos que atrapan al lector, se desarrolla en la ficticia República de los Mares, un país latinoamericano con influencias andinas, y menciona otros países reales como Chile, México, Brasil, Alemania, Suiza e Italia. Los personajes principales son estudiantes universitarios o recién graduados, lo que resalta la frescura de la juventud y los dilemas propios de esta etapa de la vida. La protagonista, Enriquetta Miranda, es una mujer introvertida, desconfiada, pero decidida y valiente, estudiante de los últimos semestres de derecho.
Enriquetta tiene una amiga cercana que actúa como su conciencia. Su prometido, Bertín Palomares, es un joven fascinado por los avances en la cibertecnología, y al inicio de la novela le regala un lovetag, un dije tecnológico que permite conocer su paradero las 24 horas del día como prueba de amor y compromiso. A pesar de ser ambicioso y trabajador, Bertín es rígido en sus relaciones personales, lo que crea tensiones en su vínculo con Enriquetta. Martín Sannino, un joven detective italiano, entra en escena cuando Enriquetta lo contrata para vigilar a su prometido.
Martín se convierte en una pieza clave en la vida de Enriquetta al ayudarla a superar varios problemas complejos que surgen a lo largo de la trama. Cristina Robles, una hacker experta y antagonista de la historia, no puede resistir la tentación de utilizar su conocimiento tecnológico para fines maliciosos. La trama es ágil, llena de acción y aventura, mientras los personajes navegan por situaciones que los enfrentan a decisiones éticas y morales.
La novela también explora temas como la privacidad, el control y la confianza a través del lente de la tecnología moderna. Entre lo místico y lo policiaco, Lovetags mantiene a los lectores en vilo mientras sus personajes enfrentan dilemas profundos en un contexto juvenil y contemporáneo. La autora, fan de los avances tecnológicos del S. XXI, nos presenta una novela con toques futuristas, románticos, espirituales y de aventura, para plantear la intrigante pregunta: ¿hasta qué punto debemos permitir que la tecnología medie nuestras relaciones interpersonales?