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¡Preso y en vísperas de ser fusilado ! ... ¡Bah ! Siento, sí, y me duele en el alma este estúpido desenlace ; pero juro ante Dios que haría saltar de nuevo el coche si el gerente estuviese dentro. ¡Qué caída ! Salió como de una honda de la plataforma y se estrelló contra la victoria. ¡Qué le costaba, digo yo, haber sido un poco más atento, nada más ! Sobre todo, bien sabía que yo era algo más que un simple motorman, y esta sola consideración debiera haberle parecido de sobra.
Ya desde el primer día que entré noté que mi cara no le gustaba. -¿Qué es usted ? -me preguntó. -Motorman -respondí sorprendido. -No, no -agregó impaciente-, ya sé. Las tarjetas estas hablan de su instrucción : ¿qué es ? Le dije lo que era. Me examinó de nuevo, sobre todo mi ropa, bien vieja ya. Llamó al jefe de tráfico. -Está bien ; pase adentro y entérese. ¿Cómo es posible que desde ese día no le tuviera odio ? ¡Mi ropa ! ...
Pero tenía razón al fin y al cabo, y la vergüenza de mí mismo exageraba todavía esa falsa humillación. Pasé el primer mes entregado a mi conmutador, lleno de una gran fiebre de trabajo, cuya inferioridad exaltaba mi propia honradez. Por eso estaba contento.