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Quedaban migajas, no muy anejas aún, del pan de la boda, cuando don Pedro celebró con Julián una conferencia, conviniendo ambos en lo urgente de que el capellán se adelantase a salir a los Pazos para adoptar varias precauciones indispensables y civilizar algo la huronera, mientras no iban a vivirla sus duenos. Julián aceptó la comisión, y entonces el senorito mostró remordimientos o escrúpulos de habérsela encomendado.
-Mire usted-advirtió-que allí se necesitan muchas agallas...